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Augusto Itúrburu Carabajo

Augusto. Tururú. Itúrburu. Vaquero. Observaba con detenimiento y acertaba. Intuía y callaba. La mayor parte del tiempo se anticipaba. “¿Qué no te han dicho?”, respondía con sorpresa ante lo evidente. En los últimos siete años se dedicó al periodismo deportivo en la sección Fanático de diario El Telégrafo y fue presidente del Comité de Empresa. El día que cumplió siete años de trabajo, el presidente Lenín Moreno anunció en cadena nacional la desaparición de varias empresas públicas, entre ellas el lugar en el que Augusto trabajaba. “A diferencia de lo que muchos dicen sí he trabajado de verdad”, escribió. Cuando terminó la secundaria, hizo un año de servicio con su comunidad bahá’í. Era 1998 y Ecuador estaba al borde de una de las mayores crisis de su historia. Él se lanzó a convivir con comunidades desfavorecidas, donde daba clases a jóvenes, se hospedaba en sus casas y vivía con lo mínimo. Sirvió en Tosagua, en Manabí; y en la zona norte de Esmeraldas, en Selva Alegre y Timbiré. Cuenta Néstor Espinosa, su amigo y miembro de la comunidad, que la mayor parte de los jóvenes deciden qué estudiarán luego de su servicio. Augusto Itúrburu quería volver a enseñar y dedicarse a eso. “Volveré a la docencia”, escribió el 21 de enero de 2020 en su muro de Facebook. Una semana después de la muerte de su madre, el 15 de febrero, Augusto enfermó. El 23 de marzo se sentía peor, le faltaba el aire y fue en busca de atención en el Hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social de Ceibos. Lo internaron y, a pesar de tener todos los síntomas no le hicieron la prueba, sino hasta inicios de abril. Pasó por la tranquilidad, la angustia, el miedo, la fe y lloró con quienes murieron en su sala. El 27 de marzo le quitaron el celular para que dejara de pensar en el exterior. Pensaba salir e irse a Esmeraldas. El 15 de abril, murió.