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Darío Antonio Triviño Macías

Una placa en tributo a Darío Triviño como un “destacado gallero”, otorgada por la gallera ‘Los Tamarindos’, es uno de los muchos recuerdos que Susana Triviño conserva de su padre. “La felicidad que se tiene deriva del amor que se da”, es una frase que siempre repetía a sus hijos, y que hoy es atesorada por cada uno de ellos. Su hermana Mirna Triviño, y sus sobrinas, Marcia Quijije y Kelly Intriago, lo describen como “un nombre muy noble y de gran corazón”. Se casó con su eterno amor, Susana Bravo, y tuvo una familia numerosa de cinco hijos y diez nietos.

Luego de quedar huérfano de madre a los 9 años, sus hermanos se convirtieron en su apoyo incondicional: Mirna, Pompeyo, Ana, Mery y Guillermo. Triviño se dedicó con fervor a la docencia, una profesión que inculcó a sus hijos, y que desempeñó desde el año 1971. Se jubiló de esta carrera a los 61 años, luego de laborar en la escuela #4 Lucila Santos de Arosemena, del cantón Balzar. También se convirtió en concejal de este cantón durante el periodo 1994-1998. Tuvo una gran afición por las peleas de gallos, un gusto que heredó de su padre.

“Mi papá nos dejó muchos aprendizajes: que las personas deben ser reconocidas por sus buenos actos, que el dinero no hace a nadie una gran persona, sino los valores, y que un padre nunca dejará de ser padre, a pesar de la edad que tenga su hijo”, narra Susana. Triviño era el alma de las reuniones familiares, un hombre generoso y con gran sentido del humor. “Era muy unido a sus hermanos y muy preocupado por ellos. Siempre llevaba medicinas y tortillas de maíz. También fue un padre muy abnegado”, comenta Intriago.